La cama, pequeña, de uno ochenta por noventa. El armario, con señales de haber estado cubierto por pósters y pegatinas. Las fotos del tablón, con ropa pasada de moda y amigos y parejas que ya no eran. Su edad, cuarenta y dos años. Su altura, uno ochenta y cinco. Sus padres, en casa.
Cada foto es el hito de un camino que no tomó, las dudas por si no era la dirección correcta, la esperanza de un desvío más interesante por venir. Hasta que la carretera pasó de autopista a comarcal, a camino empedrado, a senda de barro.
Mamá le sigue comprando colacao y él se lo sigue tomando. Hace años que Fran dejó de quejarse recordándole que ya era mayorcito. Era inútil. Y además, le gusta el colacao. En el armario aún queda ropa de casi todas aquellas fotos. Ya no se la pone, pero la ropa cada vez le dura más. Las modas ahora no le afectan porque unos vaqueros y una camiseta siempre serán unos vaqueros y una camiseta. Aunque los vaqueros le cuelguen en el culo y la camiseta transparente el desgaste.
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